16.5.09

Sexo en el Sistema Solar: Mercurio



El primer planeta del Sistema Solar por su proximidad al sol. Temperatura media: 410 ºC, una nevera comparado con el Sol. Desde la Tierra se puede observar como un discreto lucero matinal y vespertino; lirismo…

Si tenéis una garganta delicada o problemas de escrúpulos, no viajéis hasta él en busca de sexo.
Usan los dedos con una lujuria insospechada; se les podría llamar guarros sin faltarles demasiado al respeto.
Los más entusiastas de la biología extraterrestre, redactarían un ensayo de 800 tomos sobre esa forma de folladedos.


Aparte de que los mercurianos son más negros que el carbón incluidas las escleróticas; resalta especialmente una complexión ancha, pesada. Son muy musculosos y musculosas.
Su cabello es como vello chamuscado y los dedos de las manos (siete en cada una) son indecentemente largos.
Sudé mucho en ese planeta; para tomar algo fresco, la gente se tenía que meter en cubículos refrigerados (neveras transparentes) con los que los bares estaban equipados. La cocacola hirviendo me da asco, así que entré en 45 neveras en poco más de cinco horas y me pasé más de una semana resfriado.


Más de la mitad de las neveras del bar estaban ocupadas por parejas de mercurianos, se besaban sonoramente en la boca, audibles a pesar de que la nevera en la que me encontraba libando cocacola por una pajita, estaba herméticamente cerrada y me excitó de una forma tonta. Parecía ser el único que no ligaba y yo tengo mi orgullo.
Los mercurianos no son discretos.
Las tetas de las mercurianas no eran muy grandes debido a su masa muscular; aún así me ponían y decidí follar con una nativa. A pesar de las diferencias físicas, pensé candorosamente que aquellos seres no se diferenciaban demasiado de nosotros.


Salí de la nevera y me dirigí a la caja para pagar; me las ingenié para preguntar al cajero sobre los lugares en los que podría encontrar sexo de pago sin provocar una situación incómoda y comprometida.
Se encontraba agachado bajo el mostrador buscando algo entre los pestaches, y aprovechando que no miraba mis preciosos ojos verdes, entablé conversación.


-¿Dónde se folla aquí? ¿Dónde están las putas?

El hombre se incorporó dándole un cabezazo al mostrador, me miró como si la culpa fuera mía.
Por sus ojos llorosos supuse que ese había alegrado de encontrarse con un paisano. Era un inmigrante terráqueo.


-Pilla un taxi y que te lleve a la C/ de Los Dedos en el barrio de Las Bocas. Que te deje al inicio de la calle, en la acera izquierda y paseando te dedicas a recorrer la calle, te ofertarán las putas sus servicios y eliges el que más te guste. En la acera de la derecha son maricones, no cruces o pasarás un mal trago.-me explicó con un fuerte acento gallego.

-¿Y de precio?

-Una mamada 8 sistemas aproximadamente, y si pillas a un vieja te lo hará por 4.

-¿Y la follada?

-Cuenta unos 20 sistemas, pero si eres novato no te lo aconsejo.

Lo de novato me picó un poco.

-Pues muchas gracias.

-De nada, polaco. Son tres sistemas.-me dijo el muy gallego.

-Joder, por un sistema más me la hubieras chupado.-me quejé del precio.

Me dio recuerdos para mi madre a la cual decía conocer íntimamente; cosa que dudé porque ella siempre había sido puta en Barcelona.

Salí a la calle y el cigarrillo se encendió solo por el intenso calor que hacía.

El taxista exhibió sonrisa de listillo cuando le pedí que me llevara a la C/ de Los Dedos. Rajaba y rajaba y rajaba de las muchas mamadas que le habían hecho gratis gracias a su encanto y apostura de mierda; yo fumaba y recapacitaba sobre los bocazas, no eran una especie única en la Tierra; se prodigaban por todo el Sistema Solar como una plaga.
El idiota se había dejado más de cinco veces la recaudación del taxi con un puta barata.


Me apeé tras pagarle 15 sistemas (los taxis son un robo en todo el Sistema Solar) e inicié el paseo por la C/ de Los Dedos.
Apenas di dos pasos cuando una puta italiana me pidió 25 sistemas por un polvo. Ni le respondí, si les das vidilla a las putas italianas se te cuelgan de la chepa hasta que te quitan el último céntimo de sistema; quería tirarme a una mercuriana.
Se me ofrecieron tres terráqueas más, una rumana, una rusa y una cubana. Ni caso.


Y cuando ya había caminado casi 10 m. y mi esperanza de tirarme a una nativa se desvanecía, me salió al paso una mercuriana más lisa que una tabla, pero con los pitones del tamaño del dial de una radio capilla.

-25 sistemas por un completo.

-De acuerdo.

Me condujo hasta la pensión y pagué 10 sistemas más; empecé a temer que la subvención de mi empresa se agotara con los cinco primeros coitos.

Ya en la habitación le pagué lo acordado y en apenas cinco segundos me desnudé. Me obsequió con un beso en la mejilla perdidamente emocionada por el dinero y se arrodilló para felarme.
Nunca olvidaré aquella boca de un calor abrasador, ni los largos dedos que me tenían los cojones pillados y controlaban las contracciones con gran habilidad y profesionalidad.


Unos sonidos que provenían de las habitaciones vecinas me descolocaban un poco. Eran sonidos como de náuseas, se repetían aleatoriamente e incluso llegué a sentir el sonido del vómito contra el suelo, los acompañaban risillas libidinosas.

Me daba igual, soy un profesional del sexo y no necesito a Wagner para follar, no necesito ambientes románticos; con mis obscenidades ya procuro yo mismo el ambiente adecuado. Mis bajos instintos no necesitan silencio ni concentración.
Se me pasó por la cabeza que aquella pensión podría ser un refugio social para alcohólicos, o bien era costumbre emborracharse hasta vomitar como lo hacen ingleses y alemanes.


Me iba a correr sumido en estas reflexiones cuando la puta dejó de chupármela y me empujó tirándome de espaldas en la cama.
Cuando se acomodó a mí, sentí otra vez aquel fuego abrasador, su vagina era un horno y mi polla una calzzone de parmesano. Se me escaparon cariñosamente las palabras joder y mierda.
La mercuriana era pesada y dura como la madera. Su coño no, era suave como vaselina caliente.
…tres, cuatro, cinco, seis…, es el número de embestidas que le di cuando dije con un hilo de voz:


-Me corro…

Cerré los ojos de placer, me cogió los huevos con sus kilométricos dedos y abrí la boca para exhalar mis elegantes gemidos de placer con las que les obsequio para que se sientan más mujeres y femeninas. Es una propina desinteresada.
Tensé los dedos de los pies para correrme y…


No podía respirar y sentí una náusea que me iba a vaciar el estómago si me dejaba la boca libre, claro.
Me había metido los siete dedos en la boca, como ella se metió los otros siete en la suya.
Aquello era puro expresionismo.
Nunca me había corrido con tanto asco.
Los dedos presionaban y jugueteaban con la campanilla y las cuerdas vocales.


Recordé con inquietud aquella vieja y gran película Garganta Profunda; desde que la vi en mi infancia, busqué inconscientemente a una mujer como aquella heroína de clítoris laríngeo. Y comprendí con una luz clarificadora la angustia de la guarra.

Intenté sacarme de la garganta aquellos dedos, pero no tenía suficiente fuerza. Por fin, la puta sufrió tres, o cuatro, o cinco contracciones y liberó mi boca y la suya con un suspiro relajado y satisfecho.

-Arghf, affgh, argh…-le decía mientras se limpiaba los dedos en las sábanas.

Enseguida comprendí que en la habitación vecina, en ese momento no había un anónimo alcohólico, sino un putañero corriéndose.

-¡Hija de puta!-conseguí articular al fin.

Respondiendo que puta mi hija si la tuviera y en caso contrario mi madre, me explicó que meterse los dedos en la boca durante el clímax sexual, era un reflejo imposible de reprimir en los mercurianos. Observé con tristeza la cocacola maloliente y nachos a medio digerir que se escurrían de la sábana al suelo.

Me duché y salí de aquel planeta literalmente asqueado.
No vayáis a Mercurio si no sois decididamente fetichistas.





Iconoclasta

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