18.9.09

Amorstruosidad

Soy víctima de la terrible amorstruosidad. Creía que se trataba de un mito, una fantasía de mi alocada imaginación.
Al principio pensaba que era una alucinación provocada por algún aire o agua contaminados. Pero tenía forma, piel, voz, ojos...
Ojos...



Fueron unas palabras, luego una sonrisa.
Unos labios entreabiertos que parecían esperar los míos. La amé sin querer, sin ser necesario, sin lógica.
No puedo precisar en que instante el amor mutó en ese monstruo de pasión voraz y voraz de pasión. Mi cerebro fatigado piensa que ocurrió cuando admiraba la profunda trascendencia de sus ojos oscuros. Un universo estallando en sus pupilas, y allí estaba yo, mi propio reflejo.
El mundo no mejora a través de ella; pero lo hace soportable.
De hecho, dejó de importar el mundo cuando la amorstruosidad hundió su amor en mí como se clavó Excalibur en la roca.
Quedé encerrado en sus ojos y todo lo que me rodea son creaciones, visiones de ella.
No importa, sé que ella me ama. Lo sé de la misma forma que sé que tengo que respirar.
Es innato amarla, ocurra lo que ocurra.
Y ocurre que no se da cuenta de su poder. La amorstruosidad no entiende de fuerza, sólo derrama amor y provoca tormentos en su víctima. He arañado mi piel desesperado en demasiadas ocasiones.
Un día el amor se expandió, ocupó todo el espacio físico y mental de mi cuerpo, se introdujo por poros que no creía por los que pudiera penetrar ni un virus y sentí la necesidad de tenerla entre mis brazos.
La infección del amor invadió mi ser entero. No hay antibióticos, para ello. Estoy abandonado.
Ahora la amorstruosidad alienta mi ánimo, mi alma. Crea esperanzas y sonrisas donde había indiferencia e ira.
Soy un yonqui, un drogadicto de la amorstruosidad. Me ha creado una desesperada dependencia y no puedo dejar de pensar en ella.
No quiero...
Y necesito mi chute en vena de ella, me metería una aguja gorda como un cañón por tenerla en cada rincón de mi cuerpo.
Es mescalina de amor suicida que anula la auto-protección.
Peyote seductor.
La amorstruosidad es un ser fabuloso que desnuda a su víctima dejándolo indefenso en un mundo hostil. Y ante ella.
Es un amor hiperbólico, hipertrofiado, e hipercalórico. Una mutación excepcional que rara vez se da en la vida de alguien. Sabía de su existencia legendaria por mí mismo, por mis sueños.
Temía que pudiera existir:
"Es sólo amor-ficción", pensaba.
¿Sabe alguien lo que es desesperar? ¿Retorcer los brazos buscándola? No es placentero abrazar la nada. Uno acaba hipando con el rostro anegado de lágrimas en un patético estado de fracaso y miedo.
Soy viejo y es tarde. La amorstruosidad es más fuerte que yo.
Es la degeneración de la suprema bondad, donde todo se da y lo amplifica hasta convertirse en una aberración; una membrana osmótica que separa el alma de la sangre. Es la degradación de mi voluntad. Soy un mierda sin ella, siempre fui un mierda.
Siempre he sido temeroso de que un día ese monstruo abriera un agujero en mi pecho y confortara el corazón. Que acaparara mi pensamiento íntegro.
La voz de la amorstruosidad posee la frescura de la eterna juventud, matices de sensualidad y lujuria de vivos colores cálidos, la sonoridad aterciopelada de la ternura, un tintineo embriagador es su sonrisa.



A veces sus ojos se cubren lentamente por unos párpados largos y sedosos. Está mirando su propia alma, me mira a mí también.
Es tan bella...
Pierdo un latido por el ansia de besar impunemente esos ojos cubiertos durante un segundo, a traición.



Siento el vehemente deseo de llorar ante la lisérgica amorstruosidad, un ácido que promete un viaje más allá de lo que mi pensamiento puede abarcar. Quiero llorar abrazado a ella, sin vergüenza. Dejarme fluir en un llanto tranquilo, el llanto del que tiene todo lo que deseaba tras una larga travesía por el desierto
No más oasis que al llegar sediento se convierten en asfalto negro.
Misericordia, mi amorstruosidad...
Una lágrima por ella. Como la brindaría a una magna obra de arte que jamás existirá. La amorstruosidad es la cúpula del universo y con ella se ha alcanzado la cima de todas las pasiones. El universo es finito, y pequeño. Y acaba en ella.
Un "te quiero" de la amorstruosidad lesiona el corazón irremediablemente. Yo diría que me lo parte en enésimos pedazos: uno para la ternura, otro para la pasión y un millón para cada uno de sus labios.
Labios que se reflejan en mi mente, en los suyos propios. La sala de los espejos del deseo...



He de ser lascivo, espetarle las más aberrantes obscenidades para intentar interrumpir el llanto, para evitar la total absorción de mi alma. Para buscar algo de paz y no morir de amor por mucho que lo desee. A veces las células de mi cuerpo se obstinan en seguir viviendo a pesar de mis deseos. La pornografía es sólo una triste e ineficaz defensa. La última de mis armas.
Me masturbo llorando, eyaculo semen y lágrimas. El puño se cierra peligrosamente en el pene ante la presión de la amorstruosidad; pero cuando ella lo aferra, es tener al Creador ahí y soy sólo una cosa que gime.
Mi amorstruosidad provoca mudos alaridos que hacen eco en mi cabeza y la convierten en un caleidoscopio de promesas de amor convulso y salvaje que duelen con cada giro; con cada rayo de luz que refracta cada uno de esos oscuros cristales.
Duele amarte, duele toda esa potencia inhumana.
La amorstruosidad es una bestia de amor y placer desmesurados e implacables. Es un vientre inquieto que se contrae impúdico con cada envite, con cada uno de mis descontrolados pistonazos.
Amante, esclava.
Esclavizadora...
Su vientre se contrae pornógrafo y blasfemo con cada espasmo de placer. Su vientre me hace hombre.
Me hace más hombre de lo que soy.
Es en el vientre de mi amorstruosidad donde anida y se expande la voluptuosidad.
Quiero llegar a él por su coño.
Llorar en su cálido vientre no puede hacer daño, ya no.
Y reír con su venia.
Piedad...
Debería gritar de alegría; pero la amorstruosidad no permite alegrías, no permite más que la adoración y la entrega absoluta.
No sé si en algún momento sonrío, porque yo sólo la amo.
Es implacable.
Es la belleza unida a la belleza, encadenada a la belleza, penetrada en la belleza, aplastada en la belleza. Belleza remachada en belleza y belleza y belleza...
Estoy loco...
Es la belleza que destroza la serenidad del hombre-mierda que tanto tiempo ha perdido. Tantos años buscando...
Me cago de miedo de amarla.
Todas mis venas palpitan ante ella y las brújulas la siguen, la señalan indicando el único rumbo posible e inevitable.
Ella hace odioso el mundo. La humanidad no resiste su comparación y todo es sacrificable.
Incluso yo.
No puede haber un final feliz, acabaré fusionándome a ella, dejando de mí unas lágrimas en el polvo. Un gemido al viento.
Y aún así, mi amorstruosidad, aunque hayas aparecido en el declive de mi vida, te ofrezco lo que me queda de vida. Porque tú le has dado trascendencia.
Porque las lágrimas han lavado mi alma, y tu vientre la ha templado.
Sigo temiéndote a pesar de todo, porque no sé si tengo suficiente corazón para contener el arrollador amor que me inspiras, con el que me cubres.
¿No te das cuenta de lo poco que soy? Soy vulgar, soy mediocre.
A veces me siento tan pequeño...
Mi monstruosa amante...
¡Qué importante es morir de amor!
Son importantes los detalles.
Ya no hay nada, sólo miro desde dentro de sus ojos, y no necesito lo de ahí fuera. Algunos se preguntan que fue de mí. Discuten que razones me llevaron a abandonarlo todo y desaparecer para siempre.
Los veo desde aquí dentro, desde los ojos de mi amorstruosidad y nada de lo que hay ahí fuera, puede compararse a estar en ella.
No soy un prisionero, no he sido raptado. Soy su bendita víctima.
Viviré en sus ojos por siempre jamás, hasta que ella me susurre confidencias de amante y disgregue en el aire mi alma, como hizo con mi cuerpo.
Si tuviera cuerpo aquí dentro de sus ojos, si me arrancara los brazos como a un muñeco, me desangraría amándola.




Iconoclasta

15.6.09

Sexo en el Sistema Solar: Venus


VENUS


El planeta más cercano a la Tierra, el día y la noche duran 117 días terrestres y las nubes que a veces lo cubren están formadas por gotas de ácido sulfúrico. Es el 2º planeta por proximidad al sol; conocido como lucero del alba, también es vespertino visto desde la Tierra en esos momentos.


Cuando llegué era de noche y más que un lucero parecía una bombilla apagada. Como quiera que la noche dura casi 60 días terráqueos, compré unas postales tomadas de día, más que nada para que mis compañeros de la fábrica no se rieran de mí. Tengo la mala suerte de llegar tarde muy a menudo para admirar la belleza. Recapacité para no ponerme de malhumor: “yo sólo vengo a follar y me importa un huevo la belleza planetaria”.


Los venusinos y venusinas son los más parecidos a los rasgos antropomórficos terráqueos; salvo en las orejas. También hay que decir antes de nada que la hembra venusina es voluptuosa, tiene unas tetas en las que perderse y unas caderas que pensé inocente de mí) que habían evolucionado de esa forma tan ostentosa para asirlas con fuerza en el momento de la monta.


Como decía, sus orejas, además de para oír, son órganos sexuales. El asunto del cerumen viscoso y a todo lo que nos lleva la imaginación, lo voy a obviar porque me aburre. Sus orejas no son asquerosas; de los lóbulos penden unos discretos apéndices carnosos. Son rarísimas. Me costó tiempo, una vez aterricé y aparqué a oscuras, comprender porque me daban esos dolorosos tirones de orejas las venusinas macizorras.


El sexo venusino es lamentable, tienen un carácter bromista e infantiloide y nunca se tiene claro si quieren follar o jugar al tú la paras. En pocas horas acabé de los nervios. Ves a un tipo sentado en la mesa del bar tirándose continuamente de las orejas y piensas: o es sordo o gilipollas. Y es que cuesta imaginar que se está masturbando sin reparos el muy carnal.


Son tan desinhibidos que siempre ríen cuando oreja-follan. No entendía sus risas cómplices y maliciosas cuando me metía el dedo y la oreja y me rascaba.


-¿Te la rasco yo?-me preguntó solícita una niña venusina.


Era deprimente admirar esos cuerpazos venusianos, empalmarse, soltarles el piropo más obsceno al decirles lo que haría con sus tetas y que se rían. Le quitaban importancia a mi pasión y adocenado romanticismo. Imagino que ese carácter infantil tiene que ser una consecuencia directa de su extraña conducta sexual, todo el día tirándose de las orejas como escolares en el recreo tiene que hacer polvo las neuronas.


Los venusinos más ancianos, además de arrastrar las orejas por el suelo, han optado por usar una grandes orejeras electrificadas. Se les ve tristes y aburridos; están hasta las propias orejas de sexo.


A pesar de todo, tuve un orgasmo místico; no es que mis orejas hubieran evolucionado en un par de días para adaptarme al medio y garantizar mi mensaje genético, su continuidad. Ocurría que los tirones de orejas eran tan fuertes y seguidos que al final repercutían en mi pijo. No tiene base científica pero; soy fácilmente sugestionable con esto del sexo.


Así que la buenorra de XXY-J36, cuando notó que me corrí (estábamos en un cine. No me dio la gana de que me tirara de las orejas en el parque infantil) dijo con un gritito feliz e ilusionado:


-¡Me toca!


Me metió el dedo índice con fuerza en la oreja. Dolió infinito, de cojones más concretamente. Y encima no me había dado tiempo a disfrutar plenamente de mi orgasmo. La muy cerda, con su dedo encastrado en la oreja mía, jadeaba, llegó un momento en que lanzó un grito muy irritante provocando la risa entre el público de la sala y se corrió también. En cuanto me dejó la oreja libre salí corriendo hacia una farmacia para que me recetaran o hicieran algo que cortara la hemorragia.


Salí de Venus a toda hostia, me hice una paja para contrarrestar el trauma sufrido en el cine y tiré el condón usado al espacio donde aún debe orbitar como un lácteo satélite alrededor del lucero del alba.



Iconoclasta

12.6.09

Licántropo enamorado


Lo intento, intento no dañarla. No puedo hacer daño a esa mujer. Ella me quiere y yo me muero por ella. Por ella estoy encadenado.


Le he rogado que me encadene, como otras veces. Una pistola cargada con balas de plata será su protección definitiva.


Y tal vez mi muerte.


A medida que la luna llena va ganando claridad y su luz se esparce como una blanquecina pátina por el prado, mi dolorosa transformación lanza mensajes de dolor a mi cerebro animal y enamorado. Ella acaricia mi pecho y llora por mi sufrimiento mientras me sangran las uñas reventadas por las del animal interior.


Grito desesperado y me acaricia y me dice que no hay dolor. Mi pecho, ya de por sí hinchado se abre más, es un parto de dolor; ella me besa mientras de mis encías chorrea la sangre y sus labios se manchan; su pelo se ensucia sin que ella se preocupe por ello.


Sus pezones están duros bajo mi camisa, con la que se cubre; absurdamente grande para ella. Se la ve muy poca cosa para el animal que soy.


Mi visión comienza a convertirse en una gama de grises y mi nariz olfatea el aire buscando su coño.


La mataría con mis garras si no fuera por estas cadenas, y la quiero. Encadenado en esta mesa de dura piedra intento romper mis grilletes mientras ella aún acaricia mi pecho peludo y tenso. Mi pene ahora oscuro, roza su pierna y muevo mis caderas para golpearla con él; está húmedo y un rastro brillante ha quedado en su muslo, noto como me palpita y rujo de tal forma que ella se encoge ante mi violencia.


Me acaricia la cara con sumo cuidado mientras intento arrancarle los dedos de un bocado. Me la comería entera de lo que la llego a querer.


Levanta el faldón de la camisa y me muestra su velludo pubis oscuro, lo acerca un poco a mi mano asesina, una de mis uñas hace un fino corte en su piel por encima del vello y una delgada línea roja me hace babear. Se roza con el índice la herida y suspira, me dice algo del amor pero no la escucho, la quiero matar. A pesar de que la quiero, la deseo. La mataría, le abriría profundamente su garganta con mis fauces.


Me coge el pene duro y entumecido con fuerza y yo me revuelvo con un ruido estridente de cadenas, mis muñecas y tobillos sangran por la presión a los que los someto. Abre la boca y con los dientes sujeta mi glande, yo golpeo con fuerza para metérselo en la boca, para ahogarla. Y la fina piel de mi glande se araña. Ella tose un poco y aprieta con fuerza mis cojones; el crescendo de mi rugido provoca un revuelo de murciélagos en el fantasmal prado.


Deja caer la camisa al suelo y se pone de cuclillas encima de mi cara, con cuidado baja su coño y mi lengua lame su sexo mientras su vientre se agita, con una mano en mi pecho mantiene el equilibrio y la distancia, no se fía y hace bien. Sabe que le arrancaría su precioso y deseado coño de un solo mordisco. Lamo los dedos que dejan al descubierto su clítoris y siento el miedo que la atenaza cuando mis colmillos rozan su vulva.


Se pellizca los pezones mientras mi lengua se hunde en ella.


Con un rápido movimiento de mis garras he conseguido lacerar su piel en el muslo externo. Ha lanzado un pequeño grito preñado de agitación. Se ha manchado las tetas con su propia sangre. Me la quiero follar, la quiero devorar. La desgarraría por dentro y por fuera.


Ahora se vuelve a subir encima mío, sujeta mi pene excitado y mojado y se empala con él. Noto su carne cálida por dentro y mi polla que intenta partirla. Lanzo mi cintura hacia arriba mientras ella gime y me dice que me quiere, que no sufra, que sólo me preocupe de sentir placer. Pero le arrancaría el corazón si pudiera.


La lanzo una y otra vez arriba y noto como cae resbalando por mi pene hiperlubricado, me chafa los cojones con sus nalgas pero me da igual. Quiero inundarla por dentro, la quiero, la degollaría.


Noto como mi semen sube hacia arriba y adentro, y mientras mis pies se contraen ella salta con salvaje brusquedad, siento como mi glande está profundamente apretado allí dentro.


Hay un momento de calma y de silencio mientras yo me corro, mientras lanzo todo mi semen dentro de ella. La mujer a la que deseo se ha quedado quieta por un segundo y comienza a sentir convulsiones mientras poco a poco va dejando caer su cabeza contra mi pecho y de nuestros sexos rezuma un semen blanco, viscoso y caliente.


Le intento morder la cara. Ella se endereza y aún con mi pene dentro se acomoda tranquila y deja que su respiración se tranquilice.


Cuando se desengancha de mí, de su coño aún gotea la blanca leche y me acaricia con pena en la mirada. Con una sonrisa taimada y traviesa mientras se acaricia excitada el vientre, rodea mi dura cama de piedra y me besa la frente con cuidado de que mis colmillos no la dañen.


Si pudiera le arrancaría la cabeza. Y la quiero a morir.


Apaga la luz y me deja solo con mi bestialismo, yo a veces lloro un poco y otras veces aúllo con sangrienta sed de asesinar.


Ojalá mañana me acordara de esto. Cuando soy hombre no me dice lo que pasó la noche anterior. Dice que tan solo cuida de que no me haga daño yo mismo. Pero no la creo. Algo ocurre cuando la luna llena aparece.


Y la quiero tanto que me la comería. Y mañana no sabré que ha pasado hace apenas unos minutos, de hecho ya no me acuerdo más que de un muslo de mujer sangrando, como en un sueño...


La luna... parece reír; es una noche preciosa para cazar. Para follarme una loba en celo...


¿Por qué estoy atado como un animal?



Iconoclasta

8.6.09

Secretos

Tengo una cantidad tan grande de secretos que la sangre se me espesa y el corazón late lento y potente.
Fuerte y cruel.
Secretos que ya no conseguirán acelerarlo. Estoy tan lleno de ellos, que se ralentiza el ritmo cardíaco cuando un secreto arranca una mentira a mis labios.
Tengo un secreto: soy frío y calculador.
Malo...
Y no me importa. Sonrío ante algunos de mis secretos con buen humor. Con cierto orgullo.
En un mundo lleno de buena gente, yo soy lo amoral; sin mí no habría forma de medir la virtud y la indecencia. Soy necesario para que otros puedan llamarse buenos.
Sin mis secretos la vida es clara y sencilla, honrada.
Podría ser bueno, podría tener algo de decencia por el mismo esfuerzo; incluso mejoraría mi sistema vascular. Pero quiero a la otra, y mi sangre se lanza directa a mi pene al evocar a la que deseo.
Fumo mucho, y eso tampoco ayuda a que mi sangre sea más clara y mis secretos menos hirientes.
Tengo un secreto: la lujuria salvaje me hace más hombre.
La certeza absoluta de que liberando uno de mis secretos haría tanto daño a la que no quiero, me otorga un poder divino.
Ergo soy un dios con su cristiana sangre preñada de veneno con la que quisiera haceros compartir una santa eucaristía.
Tengo un secreto: creo en Dios como el cabrón que me jode cada vez que puede. Moriré con una navaja en la mano para degollarlo cuando lo tenga ante mí.
“¿Me has dado a una mujer que no quiero y a la que amo la has llevado a otro confín del universo, hijo de puta divino?”.
Tengo un secreto: mis blasfemias son inconfesables. Aterran al expresarse en voz alta. Como un conjuro maldito.
Secretos... ¿No son frustraciones los secretos? Cosas que deseamos y que nos dan vergüenza.
Algo de asco.
La sangre se espesa y cuando me sumerjo en mi propio torrente sanguíneo siento la presión del fracaso. De no amar a la que comparte mi cama.
No me importa, no siento remordimientos. Amo a la otra y el amor excluye al mismísimo hijo que tengo.
Tengo un secreto: quiero más a la otra que a mi hijo.
Tengo un secreto: soy una bestia impúdica.
Mi sangre se espesa cuando la sonrío. Un latido, un solo latido potente para bombear el deseo en el plasma-lava que es mi sangre ponzoñosa. Mi corazón es un pistón vertical, como mi miembro penetrando a la otra.
Dentro y fuera, dentro y fuera, dentro y fuera...
Me masturbo acostado al lado de la que no quiero pensando en la que amo y deseo. Mi leche es espesa como la sangre.
Toda mi vida es densa, mis secretos son brea pura que se llevan la piel al arrancarlos. Piel de otros.
Secretos... ¿Cómo no avergonzarse de ello?
Si sintiera vergüenza de ellos, no sería tan cerdo.
La beso cada día sin cariño, por inercia, porque es así la mediocre vida. No la quiero y guardo el secreto. Sin piedad.
Si ella supiera mis secretos... Qué daño más innecesario, que dolor más gratuito.
Ojalá yo la amara como ella me ama a mí. No tendría una sangre tan espesa, un corazón tan frío y eficiente bombeando veneno puro.
Comería más verdura, relajaría más mi mente, adelgazaría y me pondría crema hidratante en el rostro, como todo hombre sensible que cuida de sí y de los suyos. Precioso.
A mí me gusta la carne y la piel curtida.
Yo no quiero a los míos, ya no son míos. Son un accidente, algo que he de soportar.
Amo a la otra, a la que no tengo, a la que está tan lejos que hago responsable de mi ansia a la zorra que duerme a mi lado.
Mi secreto: ella no tiene peso para mí, sólo la sonrío por que aún me queda algo de cortesía. Porque esta puta vida me ha enseñado a ser cabrón. A guardar y atesorar secretos como el alquitrán del cigarrillo que se acumula en las arterias.
Y sonrío de verdad cuando ella dice: “Ya no me quieres ¿verdad?”
Un secreto y la miento: “Sí que te quiero”.
Y una mierda.
Tengo más secretos: soy un hijo de puta sin corazón. La jodo pensando que es la otra, sin pudor alguno en mi mente. Cuando clavo mis dedos en sus pezones, son los de la otra los que siento, la castigo por no ser la amada y a pesar de ello, siento las contracciones salvajes de su coño expandirse por sus tejidos reverberando en los míos.
Pero quisiera que llegara a la otra, que mi gruñido de placer lanzara saliva y semen en la piel que amo. No en la de ésta que un día amé. Un día que ya no cuenta, un día que ya no pesa porque es la otra la que ocupa mi mente toda.
Secretos... Los secretos espesan la sangre que corre lenta por unas venas gordas e hinchadas. Los secretos son un veneno contenido, un compuesto que he de controlar para no envenenarla. Ya sufre bastante sabiendo en su ego más profundo que no soy de ella.
Secretos... Ninguna confesión podría absolverme de mi traición, porque algunos secretos, se los cuento a la que amo.
Tengo un secreto: ella disfruta sabiendo de ellos. La que amo goza con mi maldad nata. Con mi ponzoña que la hace grande en mi vida.
Importante.
Necesaria.
Tengo un secreto: la he visto masturbarse cuando le digo que me la follo en el cuerpo de mi esposa. Desea sentir entre sus muslos el calor de mi sangre espesa. El bombeo de mi corazón vertical. De mi pistón.
La que amo se siente única ante mis secretos a ella le desvelo alguno para excitarla. Para que sepa lo que se pierde. La amo y la jodo, la condenaría a gemir hasta desfallecer de tanto que la deseo.
A la otra no, a la que duerme a mi lado cada día, la jodo por una cuestión hormonal.
¿He dicho que soy un poco cerdo? Me importa poco. Son mis secretos, tengo derecho a tenerlos. Puedo adulterar mi puta sangre como me de la gana.
Tengo un secreto: no estoy loco, no puedo alegar locura. Soy sólo un hombre amoral que disfruta siéndolo.
— ¿Puedo añadir una tarjeta al paquete del regalo?
— Por supuesto. ¿A qué se debe el obsequio?
—A nuestro aniversario de boda.
La mujer puso encima del mostrador del mostrador una tarjeta en la que había un dibujo de dos manos entrelazadas donde resaltaban las alianzas.
El hombre escribió:
“Feliz aniversario, Cris.
Mi querida esposa a la que no amo.”
La dependienta no pudo evitar leer la dedicatoria y miró al hombre asombrada.
— A veces se me escapan los secretos —respondió el hombre cogiendo la tarjeta de sus manos. — Hay tantos...
La rompió sin pasión, como un pequeño error.
-No. Es igual, mejor sin tarjeta. Los secretos jamás deberían ser contados.
Tengo un secreto: mi sangre corre espesa, como mi pensamiento.
Tengo un secreto: jodo a la que no amo.
Tengo un secreto: mi sangre es mierda, como mi vida.
Tengo un secreto: he roto su regalo de aniversario, que se joda.
Tengo un secreto: soy amoral y divino.


Iconoclasta

2.6.09

Una ráfaga de ternura

Hay un aire que trae besos tiernos, ráfagas de caricias sutiles que confortan la piel y pintan mi aura de un azul intenso.
Es el tiempo de amar, el tiempo de la bondad y la ternura.
El cielo esplende iluminado por su sonrisa. Es la luz que alumbra un universo gris.
Marca mis estaciones, mis fríos y escalofríos, mis calores y ardores. Mi otoño seco y gris en la aterradora distancia que me condena sin ella.
Y crea primaveras y deshielos.
No siempre es el momento de hundir mis dedos en su voraz y húmedo sexo mordiendo mis labios hasta hacerlos sangrar, reteniendo la bestialidad de un deseo.
Hoy mi mirada es líquida, sus besos son agua de rosas y no quiero más que cerrar los ojos y decir que es la cosa más bonita del mundo.
Porque ese aire que sus labios mueve y corre lleno de besos, es un bálsamo que me unta de serenidad todo el cuerpo y el alma si la tuviera; porque es de ella.
Un momento de paz.
Gracias...
Mentira, no le agradezco nada. Miento como un cabrón.
Mi intención es besarla como un poseso, devorar la boca de la que marca el ritmo de mis emociones. Es lo único que puedo permitirme con voluntad propia. Morder sus labios carnales hasta que mi puto miembro reviente por ella. Hasta que mis venas se inflamen ante los rayos de su amor y un deseo descontrolado.
Hoy no.
Hoy no huelo su coño como un animal en celo. Hoy no soy el pene que hiere y rasga el amor e insulta a Dios en las alturas.
Hoy soy dulce, debo serlo porque el aire trae la ternura y besos a los que es imposible no cerrar los ojos y abandonarse.
Hoy no soy hombre, soy un rumiante de vacua mirada. He perdido todo asomo de humanidad, de mi animalidad cultivada con tesón; por una ráfaga de aire de su boca fresca. No quiero ser más que un manso entre sus brazos.
A veces me doy asco cuando la miro con el deseo de penetrar todo su cuerpo. A veces me siento un pornógrafo de todo ese amor que me regala y al que a duras penas puedo responder con una torcida sonrisa.
Hoy no es el momento de vomitar.
Que no se fíe, que no se acerque creyendo que la bestia duerme.
Sonríe traviesa... No quiere que la bestia duerma, sólo juega con ella.
Bella maldita...
Sonríe como una mujer-niña que me conoce, que se conoce. Que usa cuerpo y mente como un ser perfecto. Un milagro de la evolución en un planeta lleno de especies erróneas, innecesarias.
Y mi pene se expande, se endurece hasta el dolor, hasta presionar la mismísima boca de la cordura y desencajar sus mandíbulas.
No alardeo, es que no puedo dominar el amor ni este trozo de carne que palpita entre mis piernas como un corazón más.
Una sonrisa por favor, unos besos de mariposa en la nariz, y conseguirá que me rinda otra vez.
Ella dicta el tiempo y la atmósfera. Su atmósfera, la que me envuelve. Me enloquece, me hace libre y esclavo, poderoso y derrotado.
Los seres superiores no entienden el tormento que representa para un vulgar amarlos. No entienden que es imposible soportar su mirada dulce y sus labios brillantes sin desear lamer sin asomo alguno de ternura su piel toda. Su coño...
Su coño bendito y de puta.
Me masturbaría ante ella, ante su mirada tierna, como un anormal, como un sátiro, como alguien que no sabe bien qué hacer con ella.
Ni todo es sexo, ni todo es amor... Qué fácil y que sencilla es la ambigüedad de los idiotas.
Me debato entre el amor y el sexo y es imposible extirpar lo indecente de lo decente, lo carnal de lo espiritual sin que salga seriamente dañado mi cerebro.
¿O tal vez está dañado? ¿Cómo puede sonreír a un hombre de tan peligrosa y rota mente?
Peligrosa para sí mismo, porque hasta las cucarachas y las ratas saben que existo para ser su placer y su deseo. Para ser su pelele, su consolador. Para musitar confidencias de amante en su oído.
Hoy no es tiempo de follar, es tiempo de llegar a su alma. Ella dicta el momento con una bella sonrisa, sin ser consciente de que es cruel en su devastador poder.
Me llena de paz y me anula.
A veces cierro el puño en la navaja de afeitar y aprieto con fuerza. Es obsceno el filo que se hunde en la carne con un dolor que es un escalofrío que penetra en los huesos. La sangre se espesa con el calor de mi piel, cálida como la carne húmeda de entre sus piernas.
Densa como mi baba recorriendo su piel.
Y el puño ensangrentado es lo más parecido a su coño que he podido encontrar en este sucio planeta al que estoy condenado.
Son cosas que uno piensa cuando está solo. Cuando me encuentro terriblemente solo y alejado de ti.
Indecentemente lejana, mi bella diosa.
No soy peligroso para nadie más que para mí.
Pero soy ofensivo, soy blasfemo y de la misma manera que sacudo la sangre de mi mano ensangrentada al mundo, también le escupo mi semen preñado de deseos, mi caldo de lujuria y bestialidad.
Y es triste que se estrelle contra el suelo, es triste que se evapore. Quiero escupirlo en su piel, entre sus muslos, en su sonrisa magna y su sexo expuesto, abierto e indefenso a mí.
Hoy es día de besos y una sonrisa, de unas manos que se estrechan. Ella dicta que es tiempo para la ternura.
Tengo miedo de no poder obedecerla, de caer en rebeldía ante mi diosa.
Es un momento para que la bestia no despierte, no presione contra la tela de los calzoncillos y me regale ese momento de serenidad, siquiera un instante para la paz.
Sólo ella sabe dominar y aplacar a la bestia, a lo carnal de mí.
Pero que no se fíe.
No te fíes mi bella diosa, no siempre podré ser tierno, no siempre tu sonrisa me sumirá en la paz.
No siempre podré ser dulce cuando todo mi ser se agita ante tu recuerdo, ante tu presencia.
Es tan difícil ser hombre y controlarse ante ti...
Que tu sonrisa me de paz, necesito una tregua.
Te beso con ternura desde el abismo, aferrado a mi pene, preciosa.
No puedo hacer otra cosa.
Y ríes...


Iconoclasta

19.5.09

Soy tu puta



Tengo un conjuro para ti, para derribar mi amor por ti y sólo follarte.
Recita mi hechizo: Soy puta.
No quiero que me ames, no quiero amarte. Eres una sima tan profunda que me agotaría intentado amar todo lo que hay en ti.
Sabes de mi escasa capacidad para entender, soy un hombre tan simple que obedezco a instintos primarios.
Dilo: Soy puta, soy tu puta.
Y yo te daré un billete, pagaré mi placer, pero no dejes que me hunda en tu pensamiento poderoso.
¿No lo entiendes? Te parieron para que cada fibra de tu ser fuera amada. No tengo tiempo para tan magna obra.
Dime al oído: Soy tu puta.
Y separa las piernas y deja que tu sexo sea mi único objetivo a conseguir.
Soy peligroso, mi puta. Corres peligro ante mi brutalidad y simpleza, temo desear meterme en tu corazón en lugar de penetrar tu coño. Te podría hacer daño, cielo. ¿No te das cuenta, puta? Los hombres no lloran, no los de mi estirpe. Nosotros cazamos y follamos, no queremos amar. Queremos clavar nuestras uñas en tu piel y embestirte a cuatro patas. Como perros en celo.
¿Por qué hay esa profundidad insondable en tus ojos de hembra? Cuando sonríes todo gira vertiginosamente. Y mis ojos lerdos bucean en los tuyos sin poder encontrar de dónde viene esa luz.
Toma, puta. Coge los cincuenta euros y traga.
Joder...
Este vertiginoso amor no es bueno para mi virilidad. Cuando me mareo así, pierdo el norte y no me encuentro el pene. Ni siquiera lo necesito.
Con lo duro que está... Necesito tus dedos estrangulándolo.
Me duele de dura que me la pones, mi puta.
Tu boca...
Me duele el alma de agua que me haces por dentro.
Como un ser extraño, me conformo con arrancarte una sonrisa, que me hables de la existencia de cosas que desconozco. Que ilumines mi cerebro primitivo.
Los hombres no arrancan sonrisas, arrancan gemidos. Se llevan a la boca los pezones duros de la mujer y meten la mano brutalmente en tu sexo para mojarse de placer. Yo cazo, yo follo, yo no amo.
Yo no lloro, ni me meso los cabellos esperando el momento de encontrarme contigo.
Tú no lo entiendes porque eres demasiado inteligente, mi puta.
Dime al oído: Soy tu puta.
Y acepta mi billete.
Eres mi puta y me la chupas...
¡Coño! Con lo fácil que podría ser, y me enamoras como un cabrón desquiciado convirtiendo al hombre en un títere de hilos enredados.
No lo hagas, mi puta. Abre tus piernas, conduce mi cabeza a tu coño y oblígame a lamer como un perro en celo.
Desliza gemidos obscenos a través de esos labios que deseo con toda mi polla. Con toda mi alma, mi pequeña y triste alma.
Porque es lo único pequeño que tengo, el alma y el cerebro.
Dilo: Soy tu puta.
Por favor, no me obligues a amarte tanto. Duele más que mi pene eternamente endurecido.
Soy un fenómeno sacrílego de la moralidad.
Eres mi puta, eres mi puta...
Un collar de cuero negro ceñido a tu garganta y mi mano sujetando la cadena de él prendida. Eres mi puta, mi esclava.
Dímelo, hazme creer que no es de mi cuello donde pende la cadena que sujeta tu mano.
Tu mano de puta.
Dilo: Soy tu puta.
Y yo me masturbaré, me acariciaré hasta que me sangre el glande y de entre tus labios asome tu lengua de ramera.
Por favor, por mi orgullo, no dejes que te ame. Deja que te pague, deja que te folle y cierra esos malditos ojos que me derrotan.
Y no sonrías, y no seas tú, y no me toques, y no hables si no has de decir: Soy tu puta.
Es tan duro amarte, tan difícil...
Eres mi puta.
Y yo un pobre imbécil.


Iconoclasta

16.5.09

Sexo en el Sistema Solar: Mercurio



El primer planeta del Sistema Solar por su proximidad al sol. Temperatura media: 410 ºC, una nevera comparado con el Sol. Desde la Tierra se puede observar como un discreto lucero matinal y vespertino; lirismo…

Si tenéis una garganta delicada o problemas de escrúpulos, no viajéis hasta él en busca de sexo.
Usan los dedos con una lujuria insospechada; se les podría llamar guarros sin faltarles demasiado al respeto.
Los más entusiastas de la biología extraterrestre, redactarían un ensayo de 800 tomos sobre esa forma de folladedos.


Aparte de que los mercurianos son más negros que el carbón incluidas las escleróticas; resalta especialmente una complexión ancha, pesada. Son muy musculosos y musculosas.
Su cabello es como vello chamuscado y los dedos de las manos (siete en cada una) son indecentemente largos.
Sudé mucho en ese planeta; para tomar algo fresco, la gente se tenía que meter en cubículos refrigerados (neveras transparentes) con los que los bares estaban equipados. La cocacola hirviendo me da asco, así que entré en 45 neveras en poco más de cinco horas y me pasé más de una semana resfriado.


Más de la mitad de las neveras del bar estaban ocupadas por parejas de mercurianos, se besaban sonoramente en la boca, audibles a pesar de que la nevera en la que me encontraba libando cocacola por una pajita, estaba herméticamente cerrada y me excitó de una forma tonta. Parecía ser el único que no ligaba y yo tengo mi orgullo.
Los mercurianos no son discretos.
Las tetas de las mercurianas no eran muy grandes debido a su masa muscular; aún así me ponían y decidí follar con una nativa. A pesar de las diferencias físicas, pensé candorosamente que aquellos seres no se diferenciaban demasiado de nosotros.


Salí de la nevera y me dirigí a la caja para pagar; me las ingenié para preguntar al cajero sobre los lugares en los que podría encontrar sexo de pago sin provocar una situación incómoda y comprometida.
Se encontraba agachado bajo el mostrador buscando algo entre los pestaches, y aprovechando que no miraba mis preciosos ojos verdes, entablé conversación.


-¿Dónde se folla aquí? ¿Dónde están las putas?

El hombre se incorporó dándole un cabezazo al mostrador, me miró como si la culpa fuera mía.
Por sus ojos llorosos supuse que ese había alegrado de encontrarse con un paisano. Era un inmigrante terráqueo.


-Pilla un taxi y que te lleve a la C/ de Los Dedos en el barrio de Las Bocas. Que te deje al inicio de la calle, en la acera izquierda y paseando te dedicas a recorrer la calle, te ofertarán las putas sus servicios y eliges el que más te guste. En la acera de la derecha son maricones, no cruces o pasarás un mal trago.-me explicó con un fuerte acento gallego.

-¿Y de precio?

-Una mamada 8 sistemas aproximadamente, y si pillas a un vieja te lo hará por 4.

-¿Y la follada?

-Cuenta unos 20 sistemas, pero si eres novato no te lo aconsejo.

Lo de novato me picó un poco.

-Pues muchas gracias.

-De nada, polaco. Son tres sistemas.-me dijo el muy gallego.

-Joder, por un sistema más me la hubieras chupado.-me quejé del precio.

Me dio recuerdos para mi madre a la cual decía conocer íntimamente; cosa que dudé porque ella siempre había sido puta en Barcelona.

Salí a la calle y el cigarrillo se encendió solo por el intenso calor que hacía.

El taxista exhibió sonrisa de listillo cuando le pedí que me llevara a la C/ de Los Dedos. Rajaba y rajaba y rajaba de las muchas mamadas que le habían hecho gratis gracias a su encanto y apostura de mierda; yo fumaba y recapacitaba sobre los bocazas, no eran una especie única en la Tierra; se prodigaban por todo el Sistema Solar como una plaga.
El idiota se había dejado más de cinco veces la recaudación del taxi con un puta barata.


Me apeé tras pagarle 15 sistemas (los taxis son un robo en todo el Sistema Solar) e inicié el paseo por la C/ de Los Dedos.
Apenas di dos pasos cuando una puta italiana me pidió 25 sistemas por un polvo. Ni le respondí, si les das vidilla a las putas italianas se te cuelgan de la chepa hasta que te quitan el último céntimo de sistema; quería tirarme a una mercuriana.
Se me ofrecieron tres terráqueas más, una rumana, una rusa y una cubana. Ni caso.


Y cuando ya había caminado casi 10 m. y mi esperanza de tirarme a una nativa se desvanecía, me salió al paso una mercuriana más lisa que una tabla, pero con los pitones del tamaño del dial de una radio capilla.

-25 sistemas por un completo.

-De acuerdo.

Me condujo hasta la pensión y pagué 10 sistemas más; empecé a temer que la subvención de mi empresa se agotara con los cinco primeros coitos.

Ya en la habitación le pagué lo acordado y en apenas cinco segundos me desnudé. Me obsequió con un beso en la mejilla perdidamente emocionada por el dinero y se arrodilló para felarme.
Nunca olvidaré aquella boca de un calor abrasador, ni los largos dedos que me tenían los cojones pillados y controlaban las contracciones con gran habilidad y profesionalidad.


Unos sonidos que provenían de las habitaciones vecinas me descolocaban un poco. Eran sonidos como de náuseas, se repetían aleatoriamente e incluso llegué a sentir el sonido del vómito contra el suelo, los acompañaban risillas libidinosas.

Me daba igual, soy un profesional del sexo y no necesito a Wagner para follar, no necesito ambientes románticos; con mis obscenidades ya procuro yo mismo el ambiente adecuado. Mis bajos instintos no necesitan silencio ni concentración.
Se me pasó por la cabeza que aquella pensión podría ser un refugio social para alcohólicos, o bien era costumbre emborracharse hasta vomitar como lo hacen ingleses y alemanes.


Me iba a correr sumido en estas reflexiones cuando la puta dejó de chupármela y me empujó tirándome de espaldas en la cama.
Cuando se acomodó a mí, sentí otra vez aquel fuego abrasador, su vagina era un horno y mi polla una calzzone de parmesano. Se me escaparon cariñosamente las palabras joder y mierda.
La mercuriana era pesada y dura como la madera. Su coño no, era suave como vaselina caliente.
…tres, cuatro, cinco, seis…, es el número de embestidas que le di cuando dije con un hilo de voz:


-Me corro…

Cerré los ojos de placer, me cogió los huevos con sus kilométricos dedos y abrí la boca para exhalar mis elegantes gemidos de placer con las que les obsequio para que se sientan más mujeres y femeninas. Es una propina desinteresada.
Tensé los dedos de los pies para correrme y…


No podía respirar y sentí una náusea que me iba a vaciar el estómago si me dejaba la boca libre, claro.
Me había metido los siete dedos en la boca, como ella se metió los otros siete en la suya.
Aquello era puro expresionismo.
Nunca me había corrido con tanto asco.
Los dedos presionaban y jugueteaban con la campanilla y las cuerdas vocales.


Recordé con inquietud aquella vieja y gran película Garganta Profunda; desde que la vi en mi infancia, busqué inconscientemente a una mujer como aquella heroína de clítoris laríngeo. Y comprendí con una luz clarificadora la angustia de la guarra.

Intenté sacarme de la garganta aquellos dedos, pero no tenía suficiente fuerza. Por fin, la puta sufrió tres, o cuatro, o cinco contracciones y liberó mi boca y la suya con un suspiro relajado y satisfecho.

-Arghf, affgh, argh…-le decía mientras se limpiaba los dedos en las sábanas.

Enseguida comprendí que en la habitación vecina, en ese momento no había un anónimo alcohólico, sino un putañero corriéndose.

-¡Hija de puta!-conseguí articular al fin.

Respondiendo que puta mi hija si la tuviera y en caso contrario mi madre, me explicó que meterse los dedos en la boca durante el clímax sexual, era un reflejo imposible de reprimir en los mercurianos. Observé con tristeza la cocacola maloliente y nachos a medio digerir que se escurrían de la sábana al suelo.

Me duché y salí de aquel planeta literalmente asqueado.
No vayáis a Mercurio si no sois decididamente fetichistas.





Iconoclasta

8.5.09

666 en Ciudad Juárez


No existe mejor sitio para matar, despedazar y exterminar, donde el asesinato, la cobardía y la falta de cerebro en los primates es algo común y cotidiano.
Una de las abundantes ciudades que cumplen estas expectativas, es Ciudad Juárez.
Aquí me puedo mover con total impunidad (tranquilidad) y nadie se extraña cuando los muertos se pudren por docenas en cualquiera de esos barrios pobres construidos encima del polvo.
Matar a doce primates en un lugar como éste, se hace más rápido de lo que tarda el sol en prolongar veinticinco centímetros la sombra de la cruz de Jesucristo el loco.
A veces tardo más llevado por la concentración y el sufrimiento de los monos.
Lo verdaderamente hermoso de estos lugares, es que aunque sus gentes estén habituadas al dolor y a la constante del miedo, cuando los matas sufren como cualquier otro primate o incluso más. Esta tierra ardiente, también les da un calor extraño a sus pasiones y amplifica dolores y penas. Pero no las alegrías.
Se mortifican en su agonía pensando que no es justo que tan mal vivir, acabe con una muerte tan cruel y dolorosa.
Mueren pensando que la vida es una mierda.
A veces los primates tenéis algún arranque de sabiduría.
Cuanto más se acerca uno a la frontera con Estados Unidos, los barrios de Ciudad Juárez degeneran y las casas se convierten en módulos prefabricados y barracones con techo metálico que alguna grúa ha dejado caer por accidente en mitad de un barrizal. El asfalto se convierte en polvo y las casas se distancian cada vez más unas de otras para dejar espacio a la basura, la mierda y los escondrijos de droga.
No es difícil pasar las ruedas de mi Aston Martin por el cadáver de una cría de primate.
—Detén el coche, mi Señor, quiero sus ojos.
Hemos pasado por encima de un primate de unos doce años con la espalda manchada de sangre, por el retrovisor puedo ver las piernas destrozadas por los neumáticos de mi excelente coche. De cualquier forma, no ha debido sentir dolor por haberle aplastado la patas, seguramente está muerto o insensible con la espina dorsal deshecha por el balazo.
A los niños los matan como aviso a sus padres, que en su mayor parte se dedican a trapichear con las drogas de los capos, para que entiendan que han de seguir trabajando para ellos sin robarles un solo centavo. No hay mayor muestra de crueldad que matar a un hijo. Los primates os escudáis en vuestra descendencia y los muertos para justificar la cobardía y el abuso a otros.
Yo mato cachorros de primates a menudo, aunque me parece bastante aburrido. Mueren enseguida y sin gritar demasiado. A medida que los primates crecen, se hacen más miedosos y su capacidad para soportar el dolor mengua.
La Dama Oscura se lleva la mano entre las piernas y saca de ahí (como me gusta pensar que de su coño) un puñal de doble filo. Afilado como un estilete.
Por el espejo retrovisor veo su culo. La falda cortísima se la ha subido y sé que no lleva bragas, porque ha dejado una mancha oscura en la tapicería del asiento.
Siempre está caliente, penetrable, follable, violable...
El calor es insoportable y forma una atmósfera densa como la mantequilla. Los olores a mala comida y excrementos de la única calle de este poblado lo empeora todo. Aún así, he bajado las ventanillas del coche y apagado el climatizador.
Llegado el momento de mi gozo, me gusta sudar, me da un aire más patológico.
Cuando los párpados se me escaldan, mi visión vira al rojo, la ira se desata con rapidez y mi odio llega a matar con sólo aproximarme a mi presa.
Mi Dama Oscura arrastra el cadáver del pequeño y lo cuelga de la puerta del coche, doblado en el vano de la ventanilla. Sus largos cabellos sucios se apoyan en la blanca tapicería y siento deseos de arrancar esos repugnantes pelos de su muerta cabeza y follarme a la Dama Oscura frente al inmóvil primate. —¿Quieres su alma? —me pregunta mirándome intensamente, con expectación.
Elevo la cabeza de la cría de primate cogiendo sus cabellos y uno mi boca a sus labios muertos, siento el aliento de la podredumbre invadir mis correosos pulmones. Las vísceras han comenzado a descomponerse, es la muerte pura.
Su alma aún está perdida, no acaba de asimilar la muerte del cuerpo y sigue ahí, como el cachorro que se hace un ovillo junto a su madre muerta. Está perdida, su alma está asustada, lo siento gritar, y a medida que me trago su alma, siento su miedo entrar como un torrente en mi ser.
-Soy Dios —siseo con el pene dolorosamente erecto.
Cuando acabo con él y lanzo la carcasa hacia la calle, la Dama Oscura le extirpa sus vulgares y mediocres ojos pardos y me los muestra en la palma de su mano.
—Para sus padres. Están ahí, escondidos en algún lugar.
Con toda probabilidad, el macho y la hembra están vivos. Los primates cuanto más pobres más se reproducen; por lo tanto es de suponer que tengan más hijos. En muchas civilizaciones simplonas, tener muchos hijos hace del macho un reproductor digno de admirar y suelen exhibir a su hembra preñada por sus territorios.
Cuando una familia se queda sin hijos, los sicarios de los señores de la droga, decapitan al matrimonio y exponen sus cabezas durante unos días en la puerta de su casa.
El sol cae tan vertical que ni siquiera los perros que se meten bajo el suelo de los barracones, nos ladran. Desde que hemos dejado el cadáver, hemos recorrido ochocientos metros lentamente, haciéndonos ver y oír. Dos cadáveres de adultos machos, se encontraban a pocos metros el uno del otro.
Los pezones de la Dama Oscura se marcan rotundos contra la sutil tela de seda de la blusa rosa pálido de Versace, que contrasta gozosamente con su minifalda negra.
Por su escote bajan gotas de sudor en las que empapo mis dedos. Cuando oprimo su pecho, ella lleva la mano a mis genitales y todo es fuego.
Ha separado sus piernas, sus muslos están brillantes de humedad, y sangre. Se ha tocado con los dedos manchados.
En su puño, derecho mantiene los ojos infantiles ciegos a pesar de estar tremendamente abiertos.
Son las dos y media de la tarde y cuando paro el motor del coche, se extiende por todo el poblado un silencio sepulcral. Una vez los oídos se han acostumbrado, se capta la actividad en las casas: televisores, gritos, murmullos, peleas.
De una casa se escuchan los llantos de una hembra, la madre del primate. El padre calla, seguramente colocado con la mercancía con la que trapichea en la ciudad; coca, mescalina... Hay demasiados cactus de peyote en este árido poblado.
—¡Miguel deja de beber, cabrón! Nuestro hijo está ahí fuera pudriéndose.
—¡Calla Juanita! Preocúpate de Sara, la vas a despertar; ándale puta. ¿No sabes que Don Senén no deja retirar los cuerpos hasta el anochecer? Matarían a Sarita también si nos traemos a Julito.
—¡Cobarde chingón!
Lo bueno de estos primates es que sus conversaciones, son cortas y así tanta deficiencia mental, no se llega a hacer pesada. Cuando descuartizas a un intelectual, no calla ni bajo el agua; encuentra cientos de razones convincentes para él por las que seguir viviendo.
Estamos frente a la puerta de la casa y siento que nos vigilan desde las ventanas de la casas vecinas: he escuchado cerraduras girar para asegurar la puerta y algunos televisores han bajado su volumen. Los miserables están muy cerca de parecer animales y conservan sus instintos casi como lo tenían antes de evolucionar. Si hubiéramos sido unos vulgares primates de turistas, nos habrían robado el coche y secuestrado, tal vez lo intenten. Siempre hay algún mono que destaca por ser más tarado que otros.
Clavado entre los omoplatos, siento el metal del puñal latir por salir y cortar carne de mono. En la sobaquera, bajo la americana de lino beige, pesa con orgullo una Desert Eagle Mark XIX, 44 magnum. Es excesivo este calibre para los disparos que buscan intimidar o inmovilizar, puesto que causa hemorragias masivas, muy intensas y arranca importantes trozos de carne y hueso.
Si se me acabaran las balas, les arrancaré la vida a mordiscos.
Los idiotas, pobres y cobardes jamás se ayudan entre sí, será raro que alguien intente ayudarlos mientras los destrozamos. Piensan que somos los importantes amigos del capo del cártel local.
La Dama Oscura se ha abierto la camisa arrancando los botones y sus pechos asoman libres y enhiestos, musculosos... Bajo la cabeza hasta coger un pezón entre los dientes y lo amenazo con una presión contenida. Ella cierra los ojos y separa las piernas llevándose un dedo a la raja; si le arrancara este duro pezón, se correría ante mí con el seno manando sangre.
Entraría en esa repugnante madriguera de primates con ella clavada en mí.
Estoy tan caliente que le reventaría todos los agujeros de su puto y deseado cuerpo.
Es hora de matar y morir. Del grito que rasgue esta cortina de calor ponzoñoso. No es uno de los lugares más peligrosos del mundo, hoy será el más doloroso y temeroso.
De una patada abro la puerta y el primer disparo va directo a la cama donde duerme Sarita. Cuando recibe el impacto de la bala, la primate de unos cuatro o cinco años, se golpea contra la pared a la vez que sus brazos se elevan como los de una muñeca rota. La sangre ha dibujado una mancha con forma de cresta de gallina en la sucia pared. De su desnuda espalda asoma un trozo de columna vertebral rota.
—Vamos güey. Es hora de morir. Y chingarse a la Juani. ¿Cómo lo ves?
Aún está mirando mi cañón humeante y no creo que haya asimilado mis palabras. Estoy ante él, lo suficientemente cerca para que su borracha nariz capte mi olor corporal a carne en descomposición. Cuando intenta reaccionar ya es tarde, y le he clavado el puñal por debajo de la axila izquierda, justo entre dos costillas. He atravesado el pulmón y hace ruido a fuelle roto al respirar.
Por supuesto no puede lanzar grandes gritos, sólo una aguada sangre comienza a manar de su hocico y boca. Su torso esquelético se hunde desmesuradamente para captar un aire que no le da consuelo.
La Juanita no ha gritado, la Dama Oscura la mantiene amordazada con su mano y ha clavado su fino puñal bajo la teta izquierda. En su blusa blanca y sucia, se extiende lentamente un manchurrón de sangre.
Lamería esa sangre que mana por la morena piel de la primate. La Dama Oscura obliga a coger a la Juani los ojos de su hijo y al verlos intenta zafarse de la presa. La Dama Oscura lleva el puñal al sexo.
—¿Te apetece este consolador? Si te sigues moviendo, te lo meteré para que te folles con él.
El primate no hace ni caso. Un macho de su edad, normalmente aguanta mejor el tipo ante estas heridas, pero Miguel no debe ser un hombre fuerte ni muy sano. Le doy un manotazo al mango del cuchillo que se mantiene firme contra su piel y cae al suelo hecho un guiñapo, haciendo ruido al intentar coger más aire. Error, cuanto más fuerza el pulmón, más se llena de sangre.
—No me he quedado ni con un peso de la mercancía de Don Senén, se lo juro, señor.
—A mí eso me da igual, lo que quiero es hacer una obra de arte con vosotros. Dicen que este es un mal lugar para vivir. Que convivís tanto con la muerte, y sois tan violentos, que no hay nada parecido en todo el planeta. Mentira, puedo hacer que empeore.
Le desclavo el cuchillo sin ningún cuidado, corto el pantalón por la cinturilla y como no se está quieto, le hago un profundo corte en la cresta ilíaca, no me gusta el roce del filo con el hueso. Me da dentera, soy un dios delicado.
Si no fuera por el humor...
Como es normal, no lleva calzoncillos, lo agarro por los genitales y lo obligo a ponerse en pie.
—Llama a Don Senén y dile que has perdido parte de su mercancía, que esta tarde no podrás acercarte a la ciudad para venderla. Y dile también, que te traiga pasta o quemas la coca que te queda.
Lo que pretendo con esto, es que los primates se acerquen a mí, y no hay nada más efectivo como el último mono de la manada, retando al jefe. Vendrá.
Le entrego mi teléfono y durante una eternidad marca los números en el teclado. La Dama Oscura, manosea el coño de la primate mirándome con una sonrisa burlona. La primate llora y parece decir el nombre de su macho en una estúpida letanía.
De su coño mana el olor a hembra preñada y es por ello que la Dama Oscura acaricia su vientre con sádica ternura.
A través de la ventana, del comedor-cocina-dormitorio-fumadero de esta choza, puedo ver al vecino de enfrente fisgar. A mí se me da bien matar con lo que sea, y si hubiera habido cuatro ventanas por en medio, le hubiera reventado la cabeza con la misma precisión.
A los pocos segundos, sale una mujer de dentro de la casa, seguida por dos jóvenes.
A la hembra le acierto en un seno y se le desintegra en el aire como un balón. A uno de los jóvenes le vuelo la cabeza y al otro le encajo una bala en la barriga; ahora un riñón cuelga por la salida de la bala. Éste y la hembra, quedan tendidos en el polvoriento suelo retorciéndose bajo el sol abrasador. Los únicos que se acercan a ellos, son los famélicos perros que lamen la sangre que mana de sus cuerpos y muerden tímidamente la carne cruda de las heridas.
Me está entrando hambre.
Los perros se pelean por la comida y sus rugidos me hacen sentir bien, se parecen a mis crueles en mi oscura y húmeda cueva.
Cojo una de las manos de Miguel, le fuerzo a que las extienda en la mesa y con la culata de la Desert, le reviento los dedos. Escupe sangre cada vez más espesa, le queda poco tiempo hasta que la hemorragia le colapse el pulmón sano. Le rompo la otra mano también asegurándome que no las podrá usar en lo poco que le queda de vida, clavo mi puñal en la mesa atravesando su pene. El glande parece una cabeza casi decapitada. Y contra todo pronóstico, ha gritado el primate; poco pero lo suficiente para que mi Dama Oscura se excite y acerque la mano para acariciar el ensangrentado pene clavado a la mesa, como si fuera un trozo de Jesucristo. El primate resopla y resopla moviendo espasmódicamente los brazos pero sin tirar de la polla, el dolor los hace inteligentes.
Me arrodillo frente a la Juani, le arranco la falda negra y las gruesas bragas de algodón. Hundo la lengua en su coño. No la noto predispuesta, así que tengo que invadir su mente. Cuando mis dientes amenazan su clítoris, el flujo empieza a manar y se olvida de la herida de su teta para gemir como una perra en celo con mi lengua hurgando su apestoso coño.
La Dama Oscura hunde el cuchillo en su vientre sin que la primate se percate, siento sus orgasmos en mi lengua. Y la sangre que baja por su monte de Venus viene a mi boca con todo su intenso sabor.
Cuando corta hacia un lado, he de apartar los intestinos de mis ojos para no perder visión. El Miguel intenta por todos los medios mantenerse en pie de puntillas para no rasgar definitiva y dolorosamente el pene tan bien fijado a la mesa. Y así, ante el dolor del macho y el enfermizo placer de su hembra, de mi pene mana tranquilo un semen espeso que provoca un círculo oscuro en mis pantalones caquis. A veces me corro con la misma tranquilidad que si me meara. Para eso soy un dios. Vosotros no lo intentéis, o simplemente os mearéis encima.
La Dama Oscura se está masturbando con la mano oculta tras las nalgas de la mona que se me está corriendo en la boca. Su respiración profunda se transmite hasta a los huesos de la mona.
Sin dejar de lamer en su coño, hundo los dedos en su vientre y encuentro el feto que arranco de un tirón.
Y ahora, es el momento en el que dejo de presionar su mente y dejo que la naturaleza siga su curso. De una patada la echamos a la calle para que el poblado se haga una idea de lo que está ocurriendo. El dolor de la Juani se extiende por toda la tierra caliente. Tropieza con sus propias tripas al bajar el escalón de la casa y cae de bruces al suelo provocando un extraño y sucio barro con la sangre.
Hago girar entre mis dedos el feto de primate y lo dejo al lado de la polla destrozada de Miguel que aún sigue pegado a ella. No parece haber prestado mucha atención a su mujer y se tambalea casi ya desmayado. Sin fuerzas para mantenerse en pie. Dentro de unos segundos, le importará muy poco lo que le queda de pene y decidirá que es mucho mejor dejarse caer y morir de una puta vez.
Pero morirá cuando yo diga y en el preciso instante que me plazca y ningún ser vivo, animal, humano o divino podrá distraer mi atención del dolor de este primate. Sufrirá lo que yo crea necesario.
Le arranco una oreja de un bocado y a pesar de que me desagrada su sabor, me la trago ante sus enloquecidos ojos.
Dos todoterrenos y una ridícula limusina blanca ruedan por la única calle del pueblo levantando una polvareda tras ellos. Salimos a la calle.
Un perro ha entrado en la casa y lame el pene destrozado de Miguel subiendo las patas delanteras sobre la mesa.
La Dama Oscura se unta con sangre el rasurado monte de Venus y yo me toco el pene distraídamente observando los vehículos avanzar.
Lo normal para una pistola de este calibre, es disparar a diez metros, pero vosotros no intentéis hacerlo a sesenta metros como yo, fallaríais.
Con ocho disparos, mato a los siete sicarios que van sentados en los furgones de los todo terreno. Cambio el cargador y ya se encuentran los vehículos a cuarenta metros.
Mato a los conductores y las lunas delanteras, se cubren de sesos y sangre.
La limusina es blindada y sólo he podido reventar los faros.
—Mi Oscura, colócate tras de mí.
Y lo hace, mete una mano en la bragueta de mi pantalón y apresa el glande amoratado de sangre, resbaladizo y mojado. Sabe que cuando me toca la polla, mi odio se acentúa hasta derretir la materia que me rodea. Ahora me masturba y mis ojos se tornan rendijas donde el odio se confunde con el placer y la muerte es mi vida, el dolor mi fin.
Deseo mataros a todos y que ni uno solo de vosotros deje de gritar hasta su último aliento.
—¡Miguelito! ¿Qué has hecho, güey? Don Senén quiere hablar contigo, sal de ahí o quemaremos la casa.
Es uno de los esclavos de Don Senén, el matón que va al lado del conductor. Cuando deja de gritar, el potente ruido del motor del Cadillac, apaga cualquier otro sonido.
—¿Eh güey? Te lo saco ahora ¿vale? Espera y te pongo al Miguel delante de las narices.
La Dama Oscura se toca obscenamente frente al matón mientras entro de nuevo en la casa.
—Ya está, Miguel. Te quedan unos segundos de vida. Saluda a ese marica de dios, no quiero tu alma apestosa.
Dicho esto, tiro de sus hombros hasta liberar su pene clavado a la mesa. Ahora entre las piernas tiene una especie de carne picada que le cuelga lastimosamente.
Lo acerco a la puerta de la casa.
—¿Quieríais esto?
El sicario me apunta muy profesional él, con las piernas separadas y bien afianzadas, con la automática sujeta con ambas manos.
Pego la cabeza del cañón a la sien de Miguel. Tras la detonación, de la cabeza del primate sólo queda colgando del cuello la mandíbula inferior.
Ya os lo he dicho: disparar con este calibre es una auténtica gozada. Da igual que disparéis a blancos, negros o asiáticos, niños, o embarazadas. Compráosla, la disfrutaréis.
Y ya como me apetece, le pego un tiro en la rodilla al pistolero de Don Senén.
Dejo caer la carcasa de Miguel fuera de la vivienda y con el cuchillo aún sucio de sangre, le corto los testículos al pistolero. Grita como un cochino.
Le he metido sus propios huevos en la boca a modo de mordaza. La Dama Oscura acaricia la herida de su entrepierna, y se unta los pechos con la sangre.
El chófer ha salido y dispara, una bala indolora se clava en mi abdomen y me da risa.
Le acierto de un balazo en la boca y dientes y huesos quedan estampados en el techo del blanco vehículo.
Lo blanco me trae siempre a la memoria la vanidad de Dios y su pretendida pureza y toda esa mierda. Los ángeles no follan porque no tienen coño ni polla, pero si por ellos fueran, se tirarían a los putos apóstoles. Los muy promiscuos...
Dios ha tapado el sol con una nube, siempre hace eso cuando los primates gritan demasiado. Cuando siente envidia de mi poder.
La Dama Oscura ha pegado su vagina a la boca del primate que está perdiendo la vida por el agujero de sus cojones. La boca rellena de testículos que intenta respirar masajea accidentalmente su vagina siempre brillante, resbaladiza, húmeda.
Don Senén es un macho de cuarenta y pocos años, viste traje de lino blanco. Oculta el rostro tras sus manos cuando abro la puerta y le apunto con el arma a la cara.
No me quedan balas.
Saco mi puñal de entre los omoplatos y lo clavo en su muslo, tiro del cuchillo y él con gritos y prisa, corre por el asiento hacia a mí.
Recupero mi cuchillo y sale un chorrito pequeño de sangre.
—¡Así, así, así...! —grita en pleno orgasmo la Dama Oscura.
Su ensangrentado monte de Venus me excita. Sus pezones hirientemente duros provocan que se deslicen dos gotas de fluido de mi glande, que se extienden por el pantalón. Da igual la humedad, sea de donde sea, es bienvenida en este lugar.
—Ándele, don Senén. Entre en nuestra casa, que tenemos que hablar de lo que vale de verdad la vida y del dolor. Pero no tengo mescalina, ni coca para amenizar la charla.
Le doy una patada en el culo y le obligo a caminar. La Dama Oscura está sudando y con el fino estilete, dibuja una amplia sonrisa en la garganta del moribundo. No se ha molestado en sacarle los cojones de la boca.
—¿Quiénes sois? ¿Os envía Alcázar? Yo os pagaré el doble, ese cabrón tiene los días contados. Una patrulla del ejército viene para acá. Y espero que estéis de mi lado cuando lleguen.
—Calla, idiota.
Le he empujado reteníendome de clavarle el puñal en la médula.
Cuando entramos en la casa de Miguel y Juani, el acre olor de la sangre se extiende por la estancia. El perro está lamiendo la sangre espesa de la pequeña Sarita.
El feto aún permanece en la mesa. Me pregunto porque, si Dios es tan perfecto, os hace pasar el mal trago de la gestación en lugar de nacer ya formados.
Le encanta que sufráis, es un hipócrita vuestro dios. Todos los dioses lo son. Sólo yo cuento verdades y no prometo nada. Margaritas a los cerdos, nunca entenderéis nada, Dios os creó idiotas.
Agarro el feto y obligo a Don Senén a tumbarse de espaldas en la mesa, dejo que aplaste el glande de Miguel con su espalda. La Dama Oscura se ha arrodillado frente a mí, ha sacado mi endurecido pene y se lo ha llevado a la boca.
Crispo los dedos de los pies de puro placer.
—A ver, Senén. ¿Cuántos de los capos habéis muerto en las últimas semanas?
—Ninguno.
—¿Y no os aburre matar siempre a estos monos?
Mi Dama produce fuertes ruidos de succión con la felación y siento que me va a estallar el pene entre sus labios.
La obligo a que se ponga en pie, la tumbo encima del pecho de Senén y la penetro furiosamente. Sus pechos se mueven frenéticos con las embestidas y sus muslos tiemblan como gelatina.
El estilete continúa en su mano, tan peligroso como su coño, como su amor por mí. Contrayendo su coño, oprimiendo mi polla dentro de ella, clava el cuchillo en la ingle de Don Senén. Es precioso el contraste de la sangre en el lino blanco. No es una sangre muy clara, así que presumiblemente ha pinchado un ganglio linfático y duele tanto que Don Senene no deja de subir su abdomen arriba y abajo para sacarse a mi Dama de encima. Y me ayuda follarla sin que lo sepa.
Si quieres que un primate haga lo que quieras, le has de proporcionar un dolor sin contemplaciones. Sólo de esa forma, puedes conseguir una total atención.
Cuando suelto mi carga de leche, la Dama Oscura se golpea el clítoris con tanta fuerza que temo que se lo rompa.
Se corre, se corre como una puta. Como una perra en celo.
Con la polla aún tiesa me acerco hasta el rostro de Don Senén.
—¡Estáis muertos, hijoputas!
Me molesta que un primate me dirija la palabra y le meto el pequeño feto en la boca. Le clavo el puñal en la glotis, cortándola con cuidado para que no se me desangre enseguida.
Ahora sus ojos se abren desmesuradamente, la Dama Oscura está clavando sus manos a la mesa con unos clavos y un martillo que se encontraba en un capazo a la entrada de la casa.
—No me jodas, Senencito, que tú eres uno de los grandes asesinos de este poblado de miserables. Que tú, primate de mierda, has sido capaz de imponer el terror entre esta piara de idiotas. Eres sólo un hombre, un mono. No deberías haber usurpado el poder de un dios —le sermoneo dirigiéndome ahora a su pies.
Le estoy tatuando 666 en la planta del pie con mi cuchillo.
No, no corro ningún peligro de que me de una patada, la Dama Oscura a encontrado clavos muy largos y se los ha clavado en ambas rótulas también.
Las piernecitas del feto asoman por entre sus labios dándole un aire lastimoso. Tanto poderío y ahora se ha convertido en un vulgar.
No necesito milagros para transformar a los hombres.
Huele a mierda. Senén se ha cagado y meado encima.
Es normal que pasen estas cosas, cuando el primate está sometido a un fuerte dolor durante cierto tiempo, pierde el control del esfínter y la próstata y así, una vida que ya de por sí es mediocre, acaba de una forma humillante. Aunque no creo que les importe mucho morirse con dignidad, de hecho, sé que no quiere morir.
Mi Dama Oscura observa mi mano cortar la piel, jadeando aún por el esfuerzo de clavar a Senén en la mesa. Es adorable y me acerco a ella para besar sus labios y hundir mi lengua en su boca. Chuparla por dentro...
Su alma me dice que quiere unirse a mí.
—Aún no, mi perra preciosa. Eres mía te parieron para mí. Mi esclava...
Se relaja, la siento feliz.
Me aburro de estar aquí, me apetece acercarme al centro de la ciudad para tomar algo fresco y subir al hotel y follarla mil veces.
Lo cierto es que es tan repetitivo matar, que empiezo a perder el interés por verlos sufrir.
Me acerco ahora al rostro bien tonifiicado y bronceado de Senén, le hago un corte continuo bordeando su cara por debajo de los maxilares hasta llegar al cabello elegantemente implantado en su frente.
De un tirón le arranco la cara, ha sido casi perfecto. Lástima que el labio superior se haya roto. Me encanta cuando gritan, ni ellos mismos saben de lo que son capaces de emitir.
Mi Dama se acerca con un salero y espolvorea el tejido ensangrentado con él.
Eso duele. Duele tanto que ha conseguido escupir el feto. Ha caído al suelo y el perro se lo come con voracidad. A veces mato perros también por puro aburrimiento y le he cortado el cuello.
Cuando empiezo una faena la acabo y nunca dejo un ser vivo que pueda ser testigo de mi sacratísima maldad. Y si apareciera una rata, le arrancaría la cabeza de un bocado.
Cuelgo el rostro del primate en el pomo de la puerta de entrada.
—Vámonos de aquí, mi Dama. Hace demasiada calor.
Me muestra el arma del matón de la limusina. con una sonrisa y una mirada suplicante.
Acepto.
Abandonamos el Aston Martin en este sucio poblado y volvemos caminando al hotel, por donde hemos venido; entrando en las casas, degollando y tiroteando todo lo que sea humano, todo lo que se ha creado a imagen y semejanza de Dios. Si supiera que cada primate muerto es una herida a Dios, acabaría con toda la humanidad en un instante. Una columna de soldados está acercándose al poblado, tal y como dijo Senén.
Aquí ahora sólo huele a muerte y al coño húmedo y hambriento de mi Dama Oscura. Mi pene se encabrita... Mis dedos se hunden en su raja y ella me llama Dios.
Dejaremos que vivan los militares, sólo un tiempo más.
El ángel Sienidín, canta un aria divina bajo el ardiente sol. Sus músculos se marcan bajo la túnica blanca y sus poderosas alas se baten dulcemente. Le lanzo una patada de polvo para que se calle de una puta vez.
—¿Por qué no le llevas a Dios el rostro de su imagen y semejanza? Se llama Senén. Que se cubra su bondadoso pene con ese pellejo.
Dicen que en Ciudad Juárez hay una media de doscientos cincuenta asesinatos al mes. Gracias a nosotros, batirá records esta semana.
Aunque noventa primates tampoco es como para tirar cohetes. He hecho mejores trabajos.
Pero quedan miles, millones.
Mi odio no se calma, se calienta cada día más como el planeta, como este sucio y polvoriento suelo.
Dejadme, mi Dama Oscura me está masturbando, no quiero hablar más.
Os contaré más crueldades, más aventuras. Secretos...
Siempre sangriento: 666.


Iconoclasta

Rosas rojas (video)

30.4.09

Máster en Sonrisa Inteligente


Es hora, mis graves alumnos, de sonreír.

¿Por qué es necesario para vosotros este Máster en Sonrisa Inteligente?

Muy sencillo, la risa se ha convertido en una necesidad social. Sonreír y ser jovial es una obligación, un requisito cuasi indispensable para ser aceptado como persona grata a grandes rasgos.

Cuando se entra en detalle, hay muy pocas personas gratas; creo que sólo los que os habéis matriculado en este máster, un servidor y alguno más que no hemos tenido la suerte de encontrar.

Y vosotros, no acabáis de hallar la razón para sonreír siempre. La Universidad de la Risa de los Seres que Guardan un Lamento en el Alma, no busca razones vanas. No formamos hipócritas, sólo os enseñamos algunos consejos básicos para poder sobrevivir en un medio que os es hostil. Sonreiréis con el pleno convencimiento de que no sois idiotas.

Os educamos en la Sonrisa Inteligente porque estáis solos y no hay nadie que os pueda ayudar.

Mis queridos tristes, vais a sonreír en muy pocas horas y detendréis con esa sonrisa el palpitar del corazón que tengáis delante. Sea por vuestra sonrisa irónica o franca.

El Máster de Sonrisa Inteligente para Seres Tristes (MSIST) se ha creado para combatir la sonrisa hipócrita y fácil.

La sonrisa vana que nos aburre. La sonrisa de la mediocridad, el miedo y el prejuicio.

Es una paradoja que para poder sonreír, hayáis tenido que llorar ante el desmesurado importe de la cuota.

Podemos empezar a reír con esta guasa; pero poco, lo suficiente para calentar los músculos. Vuestros maseteros están un poco atrofiados y no quiero que os lesionéis. Se nota a la legua que no estáis acostumbrados a esta actividad.

¿No es cierto que alguno de vosotros ha vomitado ante un sonriente pertinaz y latoso? Uno de esos que tiene más años que un galápago y se comporta como un adolescente descerebrado.

Si queréis sonreír, recordad su cara, no su sonrisa; porque si la evocáis de nuevo, no dejaréis de vomitar. Sólo tenéis que recordar vuestro vómito regando su ropa y sus ojos desmesuradamente abiertos. Recordad ese momento en el que su risa se transforma en una interjección de sorpresa y sus ojos se empequeñecen con ira. Los que sonríen son falaces, son víboras de incógnito.

Así me gusta, esa media sonrisa es importante, alumnos míos.

¿Os acordáis de aquello: medio mundo se ríe del otro medio?

Pues ahora sois el medio que ríe y el vómito marca al medio que llora.

¿No es deliciosa la justicia natural del planeta que reparte risas y vómitos tan equitativamente?

Sí, ya sé que os importa un carajo cada una de las mitades sonrientes, porque vosotros no pertenecéis a ninguna mitad de esas que amagan su hipocresía con un disfraz jocoso y animado. Ni siquiera lloráis ostentosamente. Nos pasa que vivimos entre la multitud porque no pudimos elegir. Vivimos sin ser ellos, vivimos incrustados, no integrados.

La mediocridad no es un buen lugar para la sonrisa natural. No hay tantos motivos.

Deberíais hablar seriamente con vuestros progenitores por haberos traído a un lugar y tiempo en el que la sonrisa os provoca náuseas.

Aunque no todas os dan asco ¿verdad, mis queridos carnales de grave semblante? He leído vuestras fichas de admisión y sé que todos amáis y deseáis a alguien y es su única sonrisa la que conjura como un encanto las necias.

Esta noche, cuando vuestra sonrisa de extraños ojos serios se abra ante ella o él, seguro que os va a proporcionar un buen rato de excesos carnales.

¡Qué cabrones sois! Ahora sí que se os escapa la risa ¿eh, bandidos? Y yo que pensaba que os habíais inscrito en el curso por razones metafísicas, por los amores lejanos e intocables o por los muertos queridos que han jalonado vuestra vida con tristes controles de avituallamiento de dolor.

Y ahora aquí, unos cuantos tristes se parten a reír por una cuestión de sexo sudoroso. Sois una gozada, los mejores alumnos que un catedrático podría tener.

Es por esa sonrisa por la que estáis aún vivos y no con las putas venas abiertas llenando de sangre el suelo del lavabo y lanzando materia orgánica por las cloacas, en lugar de recogerla en un puto contenedor de residuos orgánicos que los sonrientes de mierda ponen a vuestra disposición por el bien del medio ambiente, que es hoy más importante que los ojos llenos de moscas de un niño muerto de sed.

Disculpad, a veces soy visceral con mis cátedras y me dejo llevar por vuestro dolor e incomprensión. Por el mío también.

A veces me pregunto si vale la pena arrancarse la profunda sensación de malestar del rostro.

¿Os acordáis de la sarcástica y maliciosa risa de Cheshire, el gato de Alicia en el País de las Maravillas? A mí de pequeño me daba miedo. Hoy me gusta, me parece adultamente sarcástica y burlesca.

Walt Disney era potencialmente peligroso si dibujó esa sonrisa para los niños. Que siga congelado por muchos siglos.

Me gusta que sonriáis con esa naturalidad en una tranquila charla, sois unos buenos alumnos. Vuestras sonrisas son agua fresca en un mundo seco y resquebrajado.

Reímos de los muertos y con los muertos, con ese brillo de tristeza inevitable en los ojos. No lloréis tan abiertamente, mis pesarosos. Recordad a vuestro hijo muerto y reíd recordando su voz, sus ademanes y besos; el amor que os teníais. Dejad que sólo los ojos adquieran esa humedad sabia del dolor y detendréis el corazón de los hipócritas ante la calidad de vuestra sonrisa. Ante la valentía y el férreo control de un dolor que es cáncer devorando vuestros pulmones.

¿Comprendéis la poca popularidad de la seriedad en esta sociedad preñada de miserias y banalidades, de necesidades inventadas y de cielos sin estrellas? De la sucia luz que refleja asfalto y cemento... Nadie sufre, nadie tiene malos momentos, todo les va bien. Y sonríen, sonríen sin que nadie se lo pida. Están domados, condicionados como las ratas en un laberinto.

Si un funcionario, un empresario o un banquero se da cuenta de la gravedad de vuestro rostro, no podréis obtener trabajo, ni dinero, ni os facilitarán un trámite. Y todo porque no sonreís, no sois simpáticos cuando el dolor corre como cuchillas entre vuestro tejido neuronal.

No es sólo cuestión estética, mis apreciados seres de escasa sonrisa. En este medio, es importante el dinero; porque no nos engañemos el dinero es salud y bienestar. Comida y cobijo.

Ellos pensarán que sois unos deprimidos, que no aportaréis alegría a la esclavitud que pretenden venderos. Y eso no es bueno para el negocio ni para la mente cerrada de un funcionario ante el monitor de su ordenador.

Sólo los que ríen trabajan y rinden al cien por cien. Los que disfrutan con la porquería de comida del comedor de su empresa. Esa es la creencia.

Pero vosotros no queréis eso, no queréis pagar con imbecilidad vuestro paso por la vida.

Reíd ante la broma de mal gusto que representa trabajar diez horas a cambio de apenas nada. Sin siquiera poder mirar a un cielo limpio cuando estáis agotados.

Vamos, pesarosos de la vida. Ese brillo triste de vuestros ojos haría un espectacular contraste con una sonrisa discreta, aunque sólo sea un amago.

Os haría atractivos para un buen montón de mujeres y hombres con cierta inteligencia.

Esto es una forma amable y eufemística de deciros que hay tantos cerebros dañados en el mundo, que muy pocos apreciarán la tragedia de una sonrisa franca y unos ojos tristes. No es que quiera menospreciar al género humano.

Yo no menosprecio a tantos seres que sólo deberían comer y callar. Reproducirse bajo los efectos de sus ciclos hormonales y un día, evolucionar a una especie de rumiante bípedo al cual podamos cazar con total libertad de la misma forma que Búfalo Bill exterminó al bisonte americano. Los estúpidos tienen una facilidad roedora para reproducirse y el reino de los cielos está lleno de ratas.

Otra vez... Disculpad de nuevo esta exaltación. Es que me parece injusto que vosotros tengáis que hacer un máster en sonrisas y los otros ocupen cargos que les proporcionen dinero o poder. O simplemente respiren sin más función que la de reír y repetirse que los reyes magos existen aún cuando se tienen treinta años.

Esto no es serio.

¿Lo captáis? Si esto no es serio, es que es cómico.

Vamos... Esa sonrisa.

—Por favor, que el de la fila siete modere su sonrisa. La risa lujuriosa que provoca el profundo escote de su compañera, no creo que sea adecuada. Sin embargo, es normal. ¡Qué buena está!

Así, mis amigos, esas risas os vacían un poco de dolor y ansiedad.

No hay que esforzarse mucho cuando nos lo proponemos, siempre hay motivos de risa. Y cuanto más cruel sea, más eficaz. Que no os preocupe la crueldad.

La crueldad tiene otros responsables.

Una risa cruel es sólo un instinto que parte de nuestra naturaleza. No es ético reír de quien se cae en la calle de bruces al suelo, sin embargo, no tenéis la culpa y la vida os ofrece ese momento. Vale la pena aprovecharlo, porque ya ha habido bastante dolor. Sed animales, sed crueles si es necesario para sonreír. No dejaréis de ser humanos.

La verdadera sonrisa, aunque joda, pone de manifiesto nuestra naturaleza y sólo aceptándonos como las bestias que somos, seremos capaces de encontrar verdaderos momentos hilarantes.

El leproso que intenta sacarse los mocos de la nariz con los nudillos no tiene nada de jocoso, reíros de lo absurdo, de la importancia que tienen los mocos cuando no hay dedos. Será una falta leve de ética si vuestros ojos están húmedos de pesar por algo trágico que no puede abandonaros en ningún momento de vuestra vida.

Será un crimen cometido por un dictador o un presidente, que ese hombre muera ahogado por unos mocos que no se ha podido sacar porque no ha querido curarlo con un par de euros que cuesta el medicamento.

Reíd tranquilos pues.

Vale, he de reconocer que entre mocos y leprosos, esta parte de la lección resulta un poco escatológica. Pero el rictus concentrado del leproso mientras intenta engancharlos...

Repórtense, señores. Un poco de seriedad. Tampoco estamos en un concurso de imitadores. Dejen de hacer eso con los nudillos.

No dejéis de hacerlo con esa sonrisa desinhibida, alumnos de sonrisa trágica.

Pero no os paséis, porque el curso es de cuarenta horas y no quiero que dejéis de asistir a clase por haber aprendido en sólo unos minutos. Me sentiría solo. Eso sin contar que os ha costado una pasta.

Mi padre murió hace unas semanas de un infarto. El ascensor estaba estropeado, y se le escapaba la risa, tenía que bajar siete pisos a pie. Se reía durante el trayecto en taxi al hospital. Su sonrisa era franca, y sus ojos me decían que me quería.

Que se moría.

Y yo sonrío con él cada día. Me río de su mala suerte, de un infarto y unas escaleras. El planeta se asegura de que cada uno muera puntualmente cuando así lo decide.

Si no es pedir demasiado, y puesto que habéis aprendido mucho, me gustaría que como ejercicio para hoy le dedicarais una sonrisa imaginando sus bufidos bajando las escaleras con el corazón partido y rezando un rosario de blasfemias.

Yo dejaré correr unas lágrimas para ser el medio mundo que llora. Pero sólo hoy, cuando nadie me vea.

Mañana seguiremos con la clase. Sed aplicados, haced los ejercicios.



Iconoclasta

28.4.09

Sexo en el Sistema Solar: El sol

El Sol es una enorme estrella caliente, un sitio muy de paso en el que apenas apetece estar más de cuatro o cinco horas.
Se debe ir protegido con un buen traje anti-térmico; sus habitantes están ardiendo todo el día, por lo cual sólo se ven llamas.
Y claro, sólo pueden follar entre ellos.

Tuve que entrar en un sex-shop para estudiar su comportamiento sexual.
Me tenían que transportar en una grúa taxi. Los humanos de unos 80 Kg., pesamos casi dos toneladas en ese inmenso globo de gases y plasma a elevada temperatura que es el Sol.

Pagué una pasta por nada, me colocaron unas gafas de sol con las que apenas podía ver, me metieron en una cabina y tras cerrar la puerta, bajó la persiana metálica que daba a un escenario. Un vidrio manchado con salpicones de mil corridas, y ahumado, era la separación entre el público de otras cabinas y los actores.

Aparecieron dos pelotas de fuego botando contra las paredes y el cristal; de repente se unieron, sonó un silbido irritante que salía de aquella única bola y tras seis segundos de puro aburrimiento en los que no pasó absolutamente nada, se separaron las dos pelotas entre una nube de chispas. Y quedaron quietas cada una en un rincón inflándose y desinflándose rápidamente.
Y subió la persiana.
Me sentí estafado.

En definitiva, los solarianos van quemadísimos y follan sin ningún tipo de refinamiento.

Cuando la grúa me transportaba hacia el exterior, al pasar por la entrada de nuevo, llamé hijo puta al encargado del sex-shop.

Me cobró casi 100 sistemas por esa mierda de espectáculo.
Se notaba que estaba acostumbrado a que lo llamaran esas lindezas y me regaló un llavero que como todo lo de allí, era una bola de fuego chispeante.
Retiré lo de hijo puta y lo llamé ladrón. No me hizo caso y me explicó que el llavero era un pene saltarín que al ponerlo en la palma de la mano daba saltitos para acabar simulando una eyaculación ígnea. Observé la tontería fijamente y no fui capaz de imaginar que hiciera todo aquello que el encargado decía.
Es más, me dio la impresión de que me estaba tomando el pelo.

-Pues te lo metes por el culo.- le dije a modo de despedida.

Me contestó que lo haría delante de mí por 20 sistemas.
Ya en mi nave, a medida que me alejaba del Sol hacia Mercurio, mi humor mejoró y me la casqué por puro vicio y costumbre en el saloncito de la nave.
Nunca más le daría un céntimo de sistema a los solarianos.

Iconoclasta

24.4.09

Amor sereno

Observa su alrededor con una mirada líquida. Con un desánimo calculado.
La vida ya no le muestra nada, no puede enseñarle nada más; conoce el mundo y su incapacidad para sorprenderlo.
Goza de una indiferencia serena y cultivada.
No es falta de ilusión, es una sabiduría casi ancestral. Hay un momento en la vida en el que lo aprendido se olvida. Se debe olvidar para no sentirse frustrado; para ser uno mismo. O renovar indecencias.
Y por eso su amor también es calmo y pacífico.
Es la simple bocanada de humo del cigarrillo, lo único que aún puede aspirar y gozar. El aire es como siempre, no aporta nada nuevo ni limpio.
Aunque esté ella a punto de romper la sucia realidad con su presencia.
No se fía, no puede haber un final feliz cuando toda la vida ha transcurrido mal. O cuando ni siquiera ha transcurrido.
Ella es humo, es etérea y cuando aspira del cigarrillo, traga su olor y su esencia. Su historia le ha enseñado que el amor es efímero y la belleza se disipa como la niebla cuando se agita una mano.
Lo hermoso es un ciervo tímido que al sentirse observado huye.
Ya no hay hormonas efervescentes sacudiendo sus instintos, ahora es sólo un hombre que se mimetiza entre otros seres adocenados, un camaleón que se confunde con asfalto y cemento. Pisando mierda de palomas en el suelo y basura destilando veneno de contenedores rotos.
No es una buena arquitectura para el amor; pero no le importa. Si está ella, nada molesta.
No es fácil amarla serenamente, requiere toda su atención. Hay detalles que demuestran que la quiere más adentro de lo que el humo penetra en sus pulmones. Si tuviera la mano fuera del bolsillo del pantalón, se podría ver como clava las uñas en la palma al cerrar el puño con ansiedad.
Contiene el amor como el cazador la respiración en el momento de tensar el gatillo. Retiene el ardiente humo en los pulmones porque le horroriza pensar que la pierde.
Cuando aparece por fin por la boca del metro, saca la mano del bolsillo: pende relajada y abierta. La ruda mano se apresta a prenderse de la amada.
El sonido de los autos se enmudece, y los que respiran a su alrededor, los ajenos, ya no interfieren en su espacio. Han quedado relegados a un mundo irreal donde son meras refracciones de luz que se mueven veloces e indefinidas.
Impersonales.
Cuando sonríe la bella y su rostro ilumina su sombrío ánimo, él tiene la certeza de ser amado; es un hecho. Y el tiempo parece rasgarse y dejar de funcionar; sus latidos se hacen lentos y espaciados.
Sentirse amado detiene el tiempo y queda colgado durante un segundo eterno de un amor que pesa hasta arrancarle el aire de los pulmones.
Si pudiera elegir un final feliz, sólo podría ser ese: asfixiado por todo ese amor que aplasta el tiempo, que lo aplasta a él.
Si alguien prestara atención podría apreciar un ligero temblor en su mano. Es ansiedad contenida; si se dejara llevar por la emoción, si hiciera caso a lo ya olvidado en su vida casi gastada, le gritaría; le rogaría que estrechara su mano ya. “Hace milenios que te espero”.
Se ha de morder los labios para no decir lo obvio: que los pulmones le queman de tanto aspirar su esencia y que necesita su carne para tocar la realidad y algo terso.
Está cansado de sus manos rudas.
Y no cuesta nada sonreír cuando ella lo hace; no cuesta nada tragarse y olvidar rencores y errores. Beberse por dentro las lágrimas vertidas.
Debería haber nacido pegado a ella.
Encontrarla en la mitad del camino ha sido arduo y cansado.
A veces desesperanzador como un astronauta se siente en el espacio, lejos de su nave. Flotando-muriendo.
Un dedo en la sien como el cañón de una pistola, y a solas frente al espejo ensaya lo que se su cobardía jamás le permitiría hacer.
Cobardía... No es verdad; la verdadera cobardía, es tener esperanzas y ser esclavo del momento árido que no trae nada.
Es cansado ser valiente e indiferente. Un día, si ella no aparece, y como no tiene pistola, se meterá la goma del gas en la boca hasta hincharse como un globo que venden los gitanos en los parques los domingos.
No puede uno engañarse, la bella durmiente no despertó jamás y unas feas llagas se infectaron y pudrieron su carne.
Es la inamovilidad el tumor del ánimo, uno se hace viejo y agota la vida sin moverse del mismo momento. Se hacen llagas en la piel que infectan la mente.
Hasta que ella, motor de vida, gira la corona que dará cuerda a su mundo desértico y monocromo.
Porque sin ella, la vida no tiene esencia. El tabaco sólo es humo acre en su boca. Y la comida un proceso orgánico. La sed se saciaba con un pequeño trago.
Y ahora bebe con las manos plenas, con ansiedad; la bebe a ella; salpicándose la camisa.
No deja de ser preocupante que a mitad de la vida todo se haya precipitado tan deprisa. A pesar de lo que sabe, a pesar de lo olvidado; esa monada de mujer se ha convertido en su punto de apoyo vital.
Toda su autosuficiencia se ha hecho trizas con ella.
La ventaja es que no necesita ser autosuficiente, es delicioso vivir por ella.
No es habitual, y tampoco puede hacer más daño que pudrirse día a día esperando que algo cambie.
Maldito cinismo... Aunque a veces ella ríe con él. Está cansada de amores puros y hombres blancos. Ha olvidado muchas cosas aprendidas también.
Hacen una buena pareja de olvidadizos.
Si el mundo pudiera, los mataría, los descuartizaría en pedazos y los echaría a los cerdos. El mundo es una bestia de mirada aviesa de sucio pelaje cubierto de envidia e ignorancia.
Él lo sabe, son cosas que ha podido experimentar toda su vida. El mundo no perdona que alguien esté bien a pesar de lo que le rodea.
Y ahora la abraza, hunde los dedos en su cabello con la misma fuerza con la que clava los dedos en la tierra cuando intenta arrancarle los ojos al planeta.
A ella le gusta esa fuerza, le gusta ese odio contenido que transforma el hombre en pasión por ella, con voluntad, con frialdad.
Y así dos enamorados se encuentran en una calle anónima, en medio de humo y ruidos de tubos de escape, de voces impersonales y mendigos que piden con las manos llenas de mierda y verrugas.
Saben que el mundo los mira envidioso, que aquel abrazo sereno de fuerza apenas contenida, de íntimas lágrimas y de años de búsqueda; es algo que han de pagar caro.
No se puede ser feliz con tanta serenidad, con tanta voluntad. Nadie puede amar y ser amado con la alevosía que da la completa comprensión del universo.
Tal vez por eso no se extrañan cuando el uno ve en los ojos del otro la deflagración que les incinera el cabello y convierte en cenizas la piel.
Tampoco sienten apenas el dolor de los miembros amputados.
No les extraña que precisamente en el mejor momento de su vida, una bomba colocada en un vehículo por un ajeno, por un extraño a ellos, los haya matado.
Y nadie se ha dado cuenta que por encima del rugido de la deflagración, el mundo ha soltado una sonrisa prolongada y asmática; el pensamiento universal abominable, se muerde la mano conteniendo una mala carcajada, observando la sangrante y serena mano que tiene un mechón de cabello entre los humeantes dedos muertos.
Los ajenos no saben; los otros, los borrones, corren espantados con las ropas rasgadas, sin escuchar, oyendo sus propios balidos y temiendo por sus prescindibles vidas.
Tampoco el mundo ha estado muy atento y no ha podido ver los finos dedos quemados de la mujer, encañonándose la sien con una sonrisa cínica y ensangrentada. Riéndose del mundo y de su envidia. Burlándose de la vida, de la mala vida.


Iconoclasta